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10 Viajes en pareja que no te puedes perder.

Written By Unknown on 2/27/2013 | miércoles, febrero 27, 2013

Descubre diez opciones para vivir la experiencia más romántica en poblados y costas de nuestra República.
Sin importar en qué rincón del país te encuentres, aquí te ofrecemos diez experiencias alrededor de México para realizar en un sólo día, o aún mejor, que te sirvan de inspiración para viajar todo el año con un cómplice amoroso.

1. Ensenada, Baja California: un brindis por el amor


Un aeronave de la empresa AX Transporter despega de Tijuana con rumbo a Ensenada, donde los valles de Guadalupe, Ojos Negros, San Vicente, Santo Tomás y Las Palmas servirán, a lo largo del día, como el escenario ideal para brindar por el amor. Un vuelo a ras de los viñedos permite admirar su estricta alineación, apenas comparable con el esplendor matinal del Océano Pacífico.

Luego de 30 minutos, el espíritu sibarita busca llenarse de los caldos multipreamiados nacidos en la región, y maridarlos con panes rústicos, quesos artesanales y aceitunas de los olivos vecinos.


En este rincón bajacaliforniano hay alrededor de 60 vinícolas, desde monumentales hasta tipo boutique. Para comenzar a develar los secretos de la zona, basta con seguir la Ruta del Vino, que conduce a algunos de los mejores ejemplos, donde enólogos y propietarios comparten el proceso de creación de blancos, rosados y tintos, así como su amor por esta tierra llena de bondades.
L.A. Cetto, Emeve, Quinta Monasterio, Barón Balché, Mogor Badán, Xecue, Viña de Liceaga y Hacienda La Lomita, entre otras bodegas, provocan que los mejores recuerdos en pareja regresen en cada sorbo, y que al mismo tiempo se creen nuevos momentos. Quizá, uno de ellos, sea dormir arrullado por el barullo de los viñedos en Adobe Guadalupe, Villa del Valle, Mesón del Vino o Viñedos Malagón, todas estas opciones en el Valle de Guadalupe.

2. Vuelo en globo en San Miguel de Allende, Guanajuato

El romanticismo en esta ciudad surge poco antes del amanecer, al caminar en plena oscuridad tomados de la mano hasta la Parroquia de San Miguel Arcángel, el lugar de despegue. Luego de extender el globo y comenzar a inflarlo, así como escuchar el estruendo que producen los quemadores en cada descarga de gas, hay que estar listos para dejarse llevar por la fuerza del viento y ser iluminados con los primeros rayos del sol.
A vista de pájaro, esta ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad obsequia el más bello lienzo colonial, con algunos toques góticos sobre la cantera rosada. Una hora exclusiva para dos… Volando a escasos metros de la Tierra y, a momentos, por encima de las nubes. Los sentidos se trastocan: todo se escucha, huele y se mira perfecto. Con el chocar de las copas rebosantes de champaña llega el clímax de la aventura.
Tras un suave descenso, se puede elegir entre conducir cuatrimotos, andar en bicicleta o montar a caballos para reconocer los callejones empedrados, las avenidas pavimentadas y las calles aún de terracería de San Miguel de Allende, las mismas que se admiraron unos minutos antes desde las alturas. Sólo hay que escuchar al corazón para decidir la intensidad del siguiente paseo.
Para descansar, la terraza del lounge Luna, dentro del hotel Rosewood San Miguel de Allende, aguarda para deleitar el paladar con sus tapas y la vista con el paisaje. El atardecer pinta de amarillo, rosa y naranja el cielo, mientras las luces se encienden en las calles circundantes.
Si se desea una cena más formal, entonces hay que reservar La Cava, donde se sirve cocina de autor, bajo el sello del chef Carlos Hanono. Sólo hay que responder a qué eres alérgico, qué carne prefieres y cuál es tu estilo favorito. Lo que se sirva será sorpresa en un ambiente compuesto de botellas de vino y fotografías de Frida Kahlo. ¿Después? Sólo queda disfrutar de una de sus 67 suites.

3. La Paz, Baja California Sur



Aquí el disfrute en pareja fluye al compás, y en torno, a las olas del Mar de Cortés. El “acuario del mundo”, como le llamó Jacques Cousteau, hace un llamado especial para descubrirlo a bordo de una embarcación, en especial durante esta temporada, cuando se transforma en un santuario para las ballenas grises, uno de sus habitantes más majestuosos. Incluso es posible toparse con las tradicionales colonias de lobos marinos y, con mucha suerte, con algún entusiasta grupo de delfines.

La travesía comienza muy temprano, alrededor de las seis de la mañana, pues hay que trasladarse por carretera hasta Bahía Magdalena, desde donde zarpan los navíos con los viajeros ávidos por observar de cerca a estos mamíferos.

Sólo hay que cerciorarse de contratar los servicios de una empresa registrada, para así tener la seguridad de que está cumpliendo con el reglamento de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales y que cuenta con el permiso de la Comisión Natural de Áreas Naturales Protegidas. En el portal de la Asociación de Empresas Hoteleras y Turísticas de la Paz hay un listado con los operadores autorizados. El paseo en altamar dura alrededor de 180 minutos; el desayuno y la comida están incluidos en el precio del recorrido.

La emoción de tal encuentro halla sosiego al regreso, cuando, durante una caminata por el malecón, muy abrazados, se atestigua la muda de colores del mar: del turquesa al bermejo y del bermejo al negro, mientras que las esculturas de Jesús del Caracol y El Viejo y El Mar regalan su poesía permanente inspirada por cada atardecer.

Al concluir el día, el nuevo desarrollo de Costa Baja promete consentir a los románticos más exigentes.

4. Huasteca Potosina: en el corazón de la Madre Naturaleza






En el Hostal del Café, en el Pueblo Mágico de Xilitla, el despertar juntos llega con el armonioso canto de las aves y con el delicado aroma de un café recién hecho. El encanto de este hotel se concentra en su jardín interior, donde centenarios árboles regalan cobijo y los colibríes un dulce espectáculo, mientras se desayuna un delicioso zacahuil (un enorme tamal típico de la región).

Pero el hechizo de sentirse aún más cómodo que en casa hay que resistirlo para empreder el viaje al corazón de la Huasteca Potosina, donde la cascada de Tamul espera por las parejas de corazón más extremo.
Hay que conducir hasta los ejidos de Tanchachín o La Morena para subir a una lancha y remar contra corriente, a bordo de una balsa, hasta el salto de agua de 105 metros de altura. El esfuerzo se premia con adrenalina al navegar a través de algunos rápidos. Una vez alcanzada la meta, es obligado hacer registro fotográfico de la meta alcanzada: un beso con la cascada de Tamul de fondo.
El regreso al punto de partida es lo más sencillo: hay que dejarse llevar por la corriente y permitir que inspire algunos juegos. Si hay tiempo, y aún mucha energía, se puede elegir regresar a la cascada, pero para descender ahora en rappel.
La jornada extrema concluye en el Sótano de las Golondrinas, a donde las aves (loros y vencejos, no golondrinas) regresan puntualmente a sus nidos justo antes del anochecer. Una impresionante ceremonia de la naturaleza a la que hay que asistir acurrucado en los brazos del otro.

5. Zirahuén: una laguna plena de amor



Según cuenta la leyenda, esta la laguna de Zirahuén surgió de las lágrimas de amor que una princesa, de nombre Eréndira, derramó por un guerrero con valor y arrojo en su corazón.
Hoy, este “espejo de los dioses”, lo que significa su nombre en purépecha, inspira muchos momentos para compartir: se puede volar por encima de él en tirolesa o cruzarlo a bordo de una lancha de remos o un kayak, mientras los enamorados se deleitan con sus tonos cambiantes a lo largo del día. La laguna, de forma cuadrangular, tiene poco más de 4 km por lado y una profundidad de 40 m en el área central. También se le puede rodear montando a caballo, cuatrimotos o bicicletas de montaña.
Por la noche, al reflejar la luz de la luna y de las estrellas, provoca el entorno más pasional en las cabañas de la Sección Alpina del Zirahuen Forest & Resort; esas que están enclavadas en el bosque asegurando privacidad total. Y si desciende la temperatura, la neblina esconde entonces el paisaje, razón suficiente para permanecer abrazado con fuerza al otro. Entre el frío y el miedo ya no hay diferencia.
Para quienes deseen conocer los alrededores, los Pueblos Mágicos de Santa Clara del Cobre y Pátzcuaro se localizan a 12 y 25 km, respectivamente. En este último, hay opciones de hoteles boutique para los que buscan un espacio más elegante como La Casa Encantada, La Mansión de los Sueños y Hotel Casa de la Real Aduana.

6. Monterrey: amor al rojo vivo


Esta ciudad tiene corazón de acero, y lo devela a aquellos cuyo amor se enciede únicamente en entornos urbanos. En el Parque Fundidora hay un Paseo a la Cima del Horno 3: Museo de Acero, Ciencia y Tecnología al Rojo Vivo, un reto a 40 m de altura que invita a ascender en cabinas abiertas y a caminar por pisos de rejillas.
Pero más allá del vértigo, esta travesía provee de una las mejores vistas panorámicas de esta capital. No todos llegan, así que esa fotografía, muy solos y muy abrazados (el lado positivo de que el otro sienta miedo a las alturas) por fin pueda concretarse.

Para calmar los nervios, ya con los pies bien plantados sobre la tierra, se debe navegar por el otro paseo, el de Santa Lucía. Al más puro estilo del RiverWalk de San Antonio (Texas) o, con más imaginación, de los canales venecianos, este río de 2.5 km de largo conecta con el centro mientras las parejas se fascinan con los puentes, pasos peatonales, restaurantes, esculturas y fuentes que decoran el recorrido. Este paseo luce en todo su esplendor después del atardecer, cuando todo comienza a iluminarse.

Una vez en el centro, hay que aprovechar que con el programa Monterrey Histórico se ha limpiado y restaurado los espacios más importantes de esta zona, como las plazas Morelos e Hidalgo, así como la de Garibaldi, y se les ha llenado de actividades al aire libre.

Una buena oportunidad para caminar con seguridad por esta parte de la ciudad, y aprovechar para hacer escalas en los cafés y clubes nocturnos, todos a escasos pasos de distancia, y pernoctar en los hoteles cercanos como Hotel Colonial, Fiesta Inn o Misión Monterrey.

7. Holbox: un espacio de luz para dos


Para hallar comunión interior, nada mejor que alejarse lo más posible de la civilización. La isla de Holbox, parte de la reserva ecológica de Yum Balam, al norte de Quintana Roo, se convierte en el escenario perfecto para dos, lejos de las cotidianas preocupaciones.
De apenas 47 km de largo por 2 de ancho, este “hoyo negro” (como lo señala su nombre en maya) sirve para gozar de calma mental y descanso físico, y así enfocarse en el querer más profundo a través de largas pláticas por la playa o sentados frente al mar. O, quizá, al practicar yoga en el más absoluto silencio.
No hay automóviles, tampoco discotecas. Aquí sólo existe una amplia variedad de aves marinas, manglares y tortugas. Todo es serenidad, tal como las postales que regalan las playas de arena blanca y mar de suaves olas. La mejor comida nunca falta. Todos los restaurantes o locales tienen diariamente el pescado y los mariscos más frescos, preparados de distintas maneras y a capricho del comensal.
Así, este universo natural al final del Mar Caribe obliga a dejar a un lado los zapatos, el reloj y el celular para sólo escuchar el croar de las ranas, mirar el cielo salpicado de estrellas y permitir que hoteles como Las Nubes, Casa Sandra o Casa Las Tortugas provean las comodidades para encontrar el mejor cobijo en el cuerpo del ser amado.

8. Ciudad de México: a fuego lento


Ir con calma, en una ciudad como la capital mexicana, es un privilegio de pocos, y que se puede disfrutar en compañía de quien nos roba los suspiros. Es una invitación a ser diferentes del resto. Ya sea con los zapatos más cómodos o en bicicleta, es momento de recorrer detenidamente la vena central de la ciudad de México, del Zócalo al Castillo de Chapultepec, a través de Francisco I. Madero, Avenida Juárez y Paseo de la Reforma.

Sí se trata de un tramo largo, pero nadie lo padecerá con todo lo que se surge en el camino: momentos cruciales en la historia nacional a través del Monumento a la Revolución y el Ángel de la Independencia, rincones verdes (un verdadero tesoro en la ciudad) como la Alameda Central y el Bosque de Chapultepec, museos de todo tipo: el Antiguo Colegio de San Ildefonso, el Nacional de Arte, el Palacio de Bellas Artes, el Franz Mayer, Memoria y Tolerancia, el Rufino Tamayo o el Nacional de Antropología, cuya arquitectura merece también ser admirada con calma.

Y al mismo tiempo de satisfacer el interés cultural, la amplia variedad de tiendas y restaurantes harán que, a cada momento, haya una. Incluso, vale detenerse por dos o tres horas en alguno de los hoteles de la zona para gozar de un tratamiento en cualquiera de sus spas.

Sólo hay que tener en cuenta que el Museo Nacional de Historia (Castillo de Chapultepec), como el resto de los recintos culturales, cierran a las cinco de la tarde, para poder gozar de la vista del Distrito Federal desde su explanada.
Una vez que haya caído la noche, hay que encontrar refugio en las colonias Condesa o Roma, donde se concentra la vida nocturna sin importar el día de la semana. Para cenar, un corte de la carne más fina del mundo en Caza Kobe (antes Caza Pueblo, Tamaulipas 104) y los mejores vinos les reconfortarán el corazón y la energía para seguir la noche. Los hoteles Condesa DF (de nuestros favoritos por ser pet friendly), Brick, La Casona y Casa de la Condesa pueden resultar bastante atractivos para dejarse envolver por el fuego citadino.

9. Yucatán

En Yucatán es obligado emprender una odisea a través del Mundo Maya, así que hay que buscar los sitios menos comunes para sorprender al otro, y refrendar el amor.

La ruta inicia a las nueve de la mañana en Dzibilchaltún para recorrer su sacbé (camino sagrado) hasta el Templo de las Siete Muñecas. Ahí, en cada equinoccio de primavera, los rayos del sol cruzan a través de sus ventanas creando un espectáculo único. Además, esta zona arqueológica se distingue por tener un cenote, Xlacah, en el cual es posible bañarse. Un rincón de frescor exclusivo para dos, pero sólo durante las primeras horas del día.

Después, hacia el sur, está Cuzamá, pueblo famoso por tener la única iglesia gótica de la región y tres cenotes que sólo es posible visitarlos a bordo de un truck (un pequeño carro tirado por caballos que corren sobre antiguos rieles de haciendas henequeneras). Sólo para corazones aventureros.
Una vereda de 7 km a través de la maleza conduce a los cenotes de Chelentún, Chak-Zinik-Che y Bolom-Chojol, cada uno con una belleza y reto distinto para los viajeros.

Antes de empreder el regreso, hay que hacer una última parada en el pueblo de Acanceh para dar un vistazo a los mascarones solares que se encontraron a un costado de la plaza central y que muy pocos pueden presumir de haberlos visto de cerca.

A Progreso se llega de noche, con suerte justo al atardecer, para cerrar la jornada frente al mar comiendo en Eladio’s, restaurante famoso por sus botanas. Obligado pedir cebiche de pescado y tacos de cochinita pibil.

El pueblo ofrece casas para pernoctar, así que se vale elegir la que aparezca primero o la que esté más cerca de la playa. O simplemente, dejarse llevar por una corazonada.

10. Oaxaca: panza llena


Bien dice el dicho: “Panza llena, corazón contento”, y la ciudad de Oaxaca es entonces la ciudad que mantendrá fija la sonrisa en el rostro de ambos con tanta oferta gastronómica en cada rincón. Ya muy conocido es el Mercado 20 de Noviembre, al cual cerros de chapulines y gusanos de maguey dan la bienvenida, y aún sin decidir con qué saciar el hambre –o aún peor, el antojo– salen al paso quesos, frutas y panes. Más adelante, los locales apuestan por tlayudas (con un buen pedazo de tasajo) o un bien servido plato de mole, los hay de muchos colores: verde, amarillo, rojo, negro, coloradito, manchamanteles y chichilo.
Pero si desean hallar el sabor contemporáneo, basta con caminar con el olfato más agudo para hallar juntos los cinco tiempos de una jornada gastronómica inolvidable. Aquí sólo algunas recomendaciones: para abrir el apetito, una degustación de espirituosas en la Mezcaloteca, después un cebiche de atún en La Biznaga, seguido por una sopa de guías en Casa Oaxaca o un caldo de piedra en Casa Crespo.
Para llegar enteros al plato fuerte, una caminata por el centro admirando la arquitectura colonial de esta ciudad Patrimonio de la Humanidad hasta hallar a “la vaca que quiso ser cabra”, un rib eye con costra de queso de cabra que es el platillo obligado en el restaurante Pitiona. Si son una pareja no carnívora, un pescado a la barbacoa puede ser la opción.

Y para cerrar con postre de oro: una nieve de tuna combinada con nieve de leche quemada en el atrio del Templo de la Soledad. Y no hay que olvidar maridar la ruta con las recomendaciones del día de los chefs Antonio Contreras, Alejandro Ruiz, Óscar Carrizosa, José Manuel Baños y, en cada oportunidad, brindar por los momentos compartidos.
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